jueves, 4 de septiembre de 2008

STEFANIA MOSCA- HOMENAJEADA EN LA FILVEN 2008

STEFANIA MOSCA:
Desde muy temprana edad fue colaboradora de los principales periódicos del país. Asimismo, ha publicado en El Espectador de Colombia y La Jornada y El Universal de México, en las Revistas Quimera, INTI y Gatopardo, entre otros. Su escritura aborda el ensayo, la crónica, el cuento y la novela. En todos estos géneros subyace la arquitectura de una voz propia que disiente e interpela el sentido de la vida. Su escritura explora la ficción desde la parodia del mundo como teatro, apunta a lo fragmentario y utiliza el humor como crítica. En el ensayo, la reflexión lleva su escritura a un espacio de autorreconocimiento y prueba. Con persistencia ha tratado de evidenciar la preponderancia (siniestra) del estereotipo, la banalidad como tragedia cotidiana y ha cuestionado la realidad y los mecanismos de representación.
Ha sido asistente de producción editorial de Monte Ávila Editores y de la Academia Nacional de la Historia , directora de Desarrollo de Colecciones de la Biblioteca Nacional, asesora de ediciones de la Fundación Esta Tierra de Gracia, miembro de la junta directiva del CELARG, representante del área de narrativa en la Casa de Bello, presidenta de la Fundación Biblioteca Ayacucho y Ministro Consejero de la Misión Permanente de Venezuela ante la Organización de Estados Americanos.
Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela. Realizó trabajos de postgrado becada en la Fundación de Estudios Internacionales Ortega y Gasset y el Instituto de Cooperación Iberoamericana en Toledo con Fernando Rodríguez La Fuente y Joaquín Rubio. Cursó la maestría en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar.
Obras publicadas: Jorge Luis Borges: Utopía y Realidad . (1984); La memoria y el olvido (1986); Seres Cotidianos (1990); La última cena (1991); Banales (1993); Mi Pequeño Mundo (1996); El Suplicio de los Tiempos (2000); (Ensayo); Cuadernillo No. 69 (2001); Maternidad (2004); El Circo de Ferdinand (2006).
Ha recibido Las Llaves de la Ciudad de Providence como escritor invitado a la Feria del Libro (1996) Rhode Island, EEUU; Mención publicación del Premio Internacional de Novela Miguel Otero Silva de la editorial Planeta (1996) y el Premio Municipal de Literatura en 1997 por su obra Mi pequeño mundo.
(Cortesía del CATALOGO DE AUTORES del CENAL)
***

Sueño de una noche de verano

Ella es joven, tiene el pelo negro, ondulado y está de espaldas frente a mí. En el balcón de la torre A. Sentada. La baranda del balcón me impide ver casi tres cuartas partes de su cuerpo. Nunca sabré, por ejemplo, cómo son sus pies. O si tiene heridas las rodillas. El movimiento coordinado de sus brazos supone el de sus manos sobre un teclado, pero también podría amasar o tejer o rezar el rosario o ejecutar una silente marimba. Está cerca, pero lo suficientemente lejos para no escuchar mi voz si osara ensayar un nombre, uno que le perteneciera, Laura, Marianne u Ofelia.

Si tuviera e-mail seguramente sería más importante. Existiría de alguna manera. Pero aquí estoy, mudo mi alrededor en el estupor de ver que no soy vista, como suelo presentir, desde todos los rincones de la casa. Y las cortinas nunca terminan de estar bien cerradas. Y Áah! volteo y es de noche. Las luces de la sala están encendidas y las persianas abiertas. Me vería todo el mundo. Y justo en el instante en que simuladamente escrutaba mi entorno, descubrí, en el balcón de al lado, en frente, en la torre A, con una franela amarilla, a una mujer de espaldas. Seguía el movimiento de sus brazos y su cabeza concentrada en un centro. No veía el monitor, pero ya no me cabía duda. Escribía. Qué risa. Todos escribimos. Queremos salvarnos, crear nuestras propias imágenes. Perpetuarnos.



***
La pena

Vuelve a aplastar el cigarrillo contra el cenicero como quien quiere rematar, finalizar, concluir, cruzar una calle y encontrar el desierto, tirar la puerta tras de sí como un disparo y Bang... (No tanto, odia la sangre).

Aplasta por última vez el cigarrillo y siente un bocado ácido ascender caliente por su esófago. Respira profundo. Dice, No, ya va, un momento. ¿Dónde estoy? ¿Seré así, Dios, así como él dice?...

El cigarrillo aún está vivo. Hay un rojo brasa mínimo deshaciéndose y humeando. Voy a dejar de fumar.

¿Y de amar? ¿Cuándo podré dejar de amar? No esperar amar, ni creer amar. Cuándo dejaré este vicio.
***

Dulce esposa

A Clarice Lispector

Usualmente limpio la ropa temprano, en la mañana. El problema como siempre son las cucarachas. Unas madres cucarachas (y hasta abuelas deben ser por lo grandotas y pesadas) que rondan numerosas y silentes: apenas audible el graznido de sus antenas contra la superficie de algún papel. Brinco. Allá viene ella. La maldita cucaracha se ha refugiado en el escritorio y, vergonzosamente lo sé, no he logrado eliminarla.

Es repugnante y da miedo. La muy odiosa lo sabe. La perseguiré hasta donde pueda matarla con el zapato. Pero ella se regodea en acecharme desde los rincones, desde los libros, los aparatos de sonido o debajo del calor creciente de la Macintosh, y no he podido destriparla como sueño a veces encontrarla hecha polvo en uno de sus rincones.

De noche se hace imposible lavar la ropa. La cesta, puntualmente, después de las siete, se llena de cucarachas y no hay cómo agarrar ni la más mínima de las prendas. Ni modo, es por la mañana cuando lavo la ropa. Las mañanas son muy buenas para los estados de ánimo. Digo: uno ve el sol y es cierto: todo recomienza.

Doblo las sábanas bien calientes. Así agarran el filo correcto para abrigar el amor, si tengo suerte...