sábado, 15 de marzo de 2008

Aarón Almeida Holmquist (Caracas, 1981) Estudiante de primer año de Arte Gráfica en la Escuela de Artes Visuales "Rafael Monasterio", pertenece al programa "La Comunidad y su Escritura"

OMNIPRESENCIA


Esta ciudad reclama
ver girasoles
o algo que provenga de ti

Si así siguen las cosas
esta abismal espera
dará carta de defunción
a un sol en coma
y rogará al Cristo
una estadía
en las habitaciones
de su reino

***
SUEÑO INVÁLIDO


Empuñé mis manos deshidratadas de fe
me vestí de ruegos
y tomé al hijo de Dios como rehén
para que no te marcharas


Heme aquí
***

ESTÀTICO


Arranca hojas secas del árbol de mis sueños

El dolor
aún lo toquetea



palmo a palmo
Luis Quintana, estudiante de Ingeniería en la Unefa, pertence al programa "La Comunidad y su Escritura"

la cuidad ya no me quiere , la cuidad me ha expulsado
la cuidad ya no me quiere más a su lado
la cuidad me odia , me empuja, me incita
a ser un desterrado , por cada calle que piso ,
me da muchos avisos, quiere que marche rápido
me ha dicho que mi tiempo se ha terminado
no soporta mi presencia, me ha dicho que debo hacer maletas
me cierra puertas , me pone candados,
me dice que las oportunidades las buque en otro lado
Mientras más permanezco para la cuidad, soy más molesto.
Soy como un intruso, y quedarme más sería un abuso
Por eso debo darme prisa, debo partir rápido.
Date prisa chofer, la cuidad ya no me quiere ver.
Apura por favor, la cuidad ya me expulsó de su región
No te detengas en ningún lado , la cuidad , me odia y eso está claro.
No preguntes nada, sólo conduce hasta que esta cuidad se pierda entre las nubes;
sin embargo, la cuidad lanza un último grito y sólo logro oír:
¡No vuelvas maldito....................................!
Carlos Aguilar Pertenece al programa "La Comunidad y su Escritura"

CONTIGO HASTA LA OTRA VIDA

Entré sin vacilar al salón principal donde los sonidos de mis pasos se confundían con las trompetas de un mariachi decadente que fungía como grupo de custodia del lugar de salvación de individuos sedientos de fiestas. No quise por ninguna razón esperar en el hotel, absolutamente nada podía originar un cambio de decisión. Yo retrocedía en la profundidad de los pasillos, en los espacios de tiempo. La noche era un incendio de coordenadas. El espejo de la entrada me devolvía la mirada, yo estudiaba esa frente amplia, las manos huesudas, los grandes brazos, la altura promedio heredada de mi padre campesino y no llegaba a reconocerme (¿Donde está ella?, me preguntaba, inspeccionando la multitud). Subí a tropezones a la habitación, guardé los frascos, los bordes de los cuadernos rotos, giré 180 grados en dirección al paraíso. A la vuelta de la esquina me aguardaba una fila de espantos que bailando en incipiente rutina me avisaban que había finalizado la bacanal. Esperé a mi gran amor a un lado del camino. Comencé a lamentarme de ese viaje, de todos los viajes que había hecho. La última canción del mariachi decía: “Mi corazón late desesperado, María mía, déjalo entrar en el tuyo, para que juntos seamos uno solo”, (extraña letra para una canción ranchera, pensé). Sin saberlo exactamente llegó ella, segura y clara como siempre, con la maleta en la mano, con la mirada puesta en el horizonte y extendiéndome la otra mano que llevaba libre, invitándome a seguir con ella hasta el final de la vía. Mi compañera se detuvo al borde de la línea, llorando hasta la última lágrima, diciéndome: -Te dejo ir, eres libre, no puedo seguir viendo tu fantasma-. Luego, las agujas del reloj giraron rápidamente en mi frente, y sin voluntad me fui desvaneciendo.